Los cafés están cambiando en Pamplona
El martes 29 de octubre de 2024 desembarcaba en Pamplona la célebre sirena de Seattle, amante irredenta del café y los rollos de canela resecos. Una náyade ya algo vetusta y ajada, con más de cincuenta años en lo alto de su larga cola de escamas, hizo acto de presencia reptando por la calle Mercaderes, donde una muchedumbre agazapada contaba los minutos antes de poder abalanzarse sobre sus espressos y Cinnamon Dolce Latte tamaño marmita de Obelix.
Se decretó por unos momentos la muerte al carajillo, se lanzaron consignas contra el cortado y el café con leche de toda la vida, que se rebajó a la categoría de néctar de los necios. Una oleada de entusiastas cafeteros sorbían con delectación sus cafés americanos mientras inmortalizaban el momento con un selfie que horadaba las cuentas de Instagram instantes después.
Pamplona volvía a la vanguardia, 40 años después de que Ramoncín electrizase el Anaitasuna con un concierto para la posteridad, trayendo la banda sonora de la Movida a los oídos de los melómanos de la capital navarra.
Merced a esta hazaña del capitalismo global incursionando en nuestra amada ciudad, una joven de la Txantrea podrá disfrutar del mismo café que un kiwi de Christchurch o un regio de Monterrey. Una verdadera fraternidad de la cafeína y el sirope de alto octanaje glucémico, lugar de encuentro de estudiantes e intelectuales, foro peripatético para los zánganos y marco idílico de efímeras citas de Bumble.
Para tu dosis de cafeína, ¿qué prefieres?
No puedo sino abrazarme a la nostalgia y evocar aquellos establecimientos primigenios de Pamplona que pregonaron los albores de las franquicias.
Recuerdo uno de los primeros cumpleaños a los que fui invitado cuando no era más que un párvulo con un tafetán en el ojo. Me invitaron al Tutti Pasta, egregio negocio de hostelería navarro que hubiese hecho las delicias de un Caravaggio. El modus operandi de la comida rápida en su máximo esplendor, con unos asombrados clientes que pedían en el mostrador en vez de esperar acodados en la mesa al camarero, la sofisticada comunicación con la cocina a través de un micrófono, la posibilidad de pedir para llevar, el sublime sabor adictivo de la “Doble Tutti”.
Años más tarde, cuando estaba en cuarto de primaria, fuimos de excursión con mis compañeros de clase al Telepizza, desde tiempo inmemorial sito en la Calle Bergamín. Como díscolos pizzaiolos nos entregamos a todo tipo de experimentaciones y trangresiones que hubiesen hecho poner el grito en el cielo a un mastín napolitano. El secreto no estaba en la masa.
También causó furor en la cuenca el hoy extinto Don Huevone, que elevaba el huevo frito a la categoría de puntal de la gastronomía. Recuerdo cenar allí con unos amigos después de ver “El hombre de la máscara de hierro”. Nada mejor que tersar las arterias con una buena dosis de colesterol después de contemplar las andanzas del malhadado Philippe, Aramis, Athos, Porthos y D’Artagnan.
Precedida de una controvertida reputación llegó a Pamplona la franquicia americana por antonomasia: McDonalds. Recuerdo aquél primer Big Mac en Cordovilla, con una lechuga testimonial que parecía de papel, una cebolla que hacía llorar de risa y sendas minúsculas porciones de carne cortadas con lactosa y manitol.
En fin, aquellas cenas con la cuadrilla en los restaurantes chinos, verdadera ruleta rusa contra la flora intestinal. O los hipercalóricos kebabs y sus densas salsas que dejaban los dedos pegajosos como en el disco de los Rolling Stones. La alambicada sofisticación del sushi en los tiempos del anisakis.
No cabe duda de que el paisaje hostelero de Pamplona ha arrostrado innúmeros cambios y vicisitudes. Rumbos, Zucitola y Kilika dejaron de ser. Ya no eran necesarios. Las franquicias homogeneizan el paisaje urbano, los gustos y las costumbres de los ciudadanos.
Los tiempos están cambiando. Los paladares navarros ya no se deleitan con el mismo café de toda la vida ni se solazan con las mismas comidas de antaño.
En el país del torrefacto, Starbucks es el rey.
(Las opiniones expresadas en este artículo corresponden exclusivamente a su autor, Paul Galtzagorri)
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